Un cambio profundo comienza al iniciarse la agricultura -actividad artificial completamente ajena a los cazadores y los pastores-. El que cava y cultiva la tierra no pretende saquear la naturaleza, sino cambiarla. Plantar no significa tomar algo, sino producir algo. Pero al hacer esto, el hombre mismo se torna planta, es decir, aldeano, arraigando en el suelo cultivado. El alma del hombre descubre un alma en el paisaje que le rodea. Anunciase entonces un nuevo ligamen de la existencia, una sensibilidad nueva. La hostil naturaleza se convierte en amiga. La tierra es ahora ya la madre tierra. Anúdase una relación profunda entre la siembra y la concepción, entre la cosecha y la muerte, entre el niño y el grano.
Somos, en realidad, la especie clave en este momento, así que tenemos que alinear nuestras estrategias con los poderes sanadores de la Madre Tierra, ya no podemos permitirnos el lujo de saltarnos las normas de esta "casa".
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